La política y la Universidad: crónica del dogmatismo

 Javier Torres Parés

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 Agosto 1999

I

El Primer Congreso de universitarios mexicanos resolvió, por mayoría, que el más alto deber de la Universidad Nacional y las instituciones de educación superior es orientar el pensamiento de la Nación.

Para dirigir el pensamiento de la Nación, los congresistas concluyeron que la universidad tendría que adoptar la doctrina marxista; sus cátedras y sus servicios se destinarían, en el terreno científico, a sustituír al régimen capitalista "por un sistema que socialice los instrumentos y los medios de producción". Las resoluciones que adoptó el congreso (asamblea de rectores, profesores y estudiantes), celebrado en septiembre de 1933 en la ciudad de México, aspiraban a crear una universidad revolucionaria que orientara la cultura nacional.

Convocada para discutir, entre otras cuestiones, La posición ideológica de la universidad, la reunión decidió que los planes de estudio obedecerían al principio de la identidad esencial de los diversos fenómenos del universo y de la filosofía basada en la naturaleza; la historia daría preferencia al hecho económico y la ética explicaría las normas de la conducta individual que valoran "el esfuerzo constante dirigido hacia el advenimiento de una sociedad sin clases". Se quería privilegiar el conocimiento de los recursos económicos del territorio, las características biológicas y psicológicas de la población y estudiar el régimen de gobierno; proponían a la universidad crear,ante el Estado, las instituciones y los procedimientos capaces de generar un régimen de gobierno basado en la justicia social. (1)

El Consejero Universitario Antonio Caso se opuso a las resoluciones del congreso. Defendió ante Don Antonio Medellín, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, la libertad de cátedra, amenazada a su juicio por la uniformidad doctrinaria. Caso presentó en el Congreso los puntos básicos para orientar la vida universitaria.

Las "Bases" propuestas por Antonio Caso describen la universidad como "una comunidad de investigación y enseñanza", como una persona moral, heterogénea y dinámica, naturaleza que le impide preconizar "credo alguno filosófico, social, artístico o científico": comunidad tolerante que permite a los catedráticos aceptados por la Academia de profesores y alumnos, exponer "libre o inviolablemente, sin más limitaciones que las que las leyes consignen, su opinón personal filosófica, científica, artística, social o religiosa." Las "Bases" para la organización de la universidad declaraban libre la inscripción en sus cátedras: "Cada alumno hará sus estudios bajo la dirección del profesor que eligiere, entre los catedráticos que presten sus servicios en la enseñanza de una misma asignatura". Para Caso la libertad de cátedra era también libertad de los estudiantes para decidir su formación.

En esta perspectiva la universidad de México es una comunidad cultural (creadora de valores) y tiene un doble fin; "...el primero y fundamental, contra todo lo que pueda alegarse es éste: enseñar; el segundo es éste: investigar". Caso apela a Ortega y Gasset para mostrar que se enseña lo que se investiga, es decir, la ciencia que se elabora, proceso crítico que persigue precisamente contradecir y oponerse a los credos; reitera que no es enemigo del socialismo quien se opone a entronizar y llevar a la categoría de credo filosófico o social de una universidad cierto sistema social. Quien actúe en otro sentido expone a la universidad "a que mañana ese credo se declare inexistente, y declarado inexistente habrá complicado a la institución como persona moral...". La filosofía de la naturaleza (naturalismo la llama), la identidad esencial de los fenómenos de la naturaleza, el materialismo histórico, son objeto de discusión y la investigación puede mostrarnos su deficiencia, "porque las teorías -concluye- son transitorias por su esencia". (2)

Lombardo Toledano, director de la preparatoria, defendió las conclusiones del congreso. Para él, la cultura no es una finalidad, es sólo un instrumento: ahí radica el desacuerdo con su profesor de filosofía. La cultura es una entelequia en la que no cree, un valor abstracto que cada régimen histórico pone a su servicio, de lo que resulta que la cultura es un medio de acción para la vida colectiva; así ocurre, a su juicio, con el positivismo porfiriano que privilegia una pedagogía individualista, incompatible con la etapa histórica de la Revolución. Aceptar la íntima vinculación de los valores económicos con la cultura no es, por tanto, un artículo de fé; es producto de la observación histórica, resultado de la evolución humana que genera lo nuevo.

Estudiar el carácter de las instituciones económicas es la linterna que alumbra el camino en la época moderna. La preeminencia de los valores económicos, su realidad objetiva "tan clara", sólo la obcecación religiosa puede negarla. Para Toledano, existe una correspondencia necesaria entre el régimen histórico y la cultura que elabora la universidad, porque tal régimen requiere de una teoría social y es deber de la universidad asumirla. La libertad de cátedra es sólo el procedimiento del régimen capitalista para orientar políticamente al estudiante al fortalecimiento del Estado burgués: esa libertad es en realidad "una pedagogía al servicio de un régimen"; actualmente, sostiene, "no se trata de poner a los alumnos en la posibilidad de elegir: se trata de formarles un criterio..."

La libertad de escuchar opiniones contradictorias sólo conduce a la confusión y produce estudiantes que, sin un criterio claro para enfrentar la vida, se convierten en simuladores inmorales. Es necesario limitar la libertad de cátedra a la libertad de decir sólo lo que se pueda sustentar científicamente. La aceptación de una verdad inmutable es una idea religiosa, anticientífica; para Toledano sólo existen verdades contingentes, pasajeras, y "precisamente por ser contingentes debemos mostrar las verdades de hoy antes de que pasen".

La verdad "será cada vez mejor y más limpia", la verdad debe formularse y proclamarla en aquello en que todos los socialismos concuerdan: en que "hay una injusticia en el mundo y ésta proviene de la falsa forma de producción y de la mala distribución de la riqueza material. La única manera de acabar con esta crisis, de acabar con este drama histórico, es socializar lo que hoy pertenece a una pequeña y privilegiada minoría...". Para Toledano, esta es la verdad que la universidad debe asumir y hacerla suya como proyecto político; es la verdad científica de hoy y en ese terreno contribuye a la socialización. Justifica entonces orientar la cátedra a esa finalidad "humana" y trabajar para la formación de programas de gobierno con ese contenido.

"Enseñar es transmitir un criterio": Toledano se opone a un saber universitario que excluye el estudio de la vida social de los indígenas y de su sujeción colonial, porque impide comprender la "anemia" del país. En la adquisición de cultura "necesitamos que se nos diga: esto es así, del mismo modo que nos dicen: así se resuelve una operación algebraica..." La conclusión es evidente; "Libertad de cátedra sí; pero no para opinar en favor del pasado y menos aún en contra de las verdades presentes". Para Lombardo Toldeano, la libertad de cátedra es la libertad de trasmitir las verdades adquiridas y evitar la "anarquía". Lombardo rechazó la acusación de dogmatismo implícita en la argumentación de Caso señalando que no quería imponer un dogma, quería solamente preconizar la verdad de hoy, "las verdades que consideramos ya aceptadas". El director de la preparatoria consideraba inadmisible discutir los valores eternos cuando la miseria y la mugre, los mendigos y las masas, exigen un remedio claro para su situación. Toledano concluyó su defensa de las resoluciones proponiendo un nuevo tipo de institución: "La universidad ya no debe educar para la duda ni en la duda, sino en la afirmación". (3)

Para Antonio Caso la defensa de Lombardo Toledano de las conclusiones del congreso significaba una sola cosa; hacer colectivismo o irse de las aulas. La mayoría marxista de la reunión rechazó la opción propuesta por el profesor disidente. Contrariado, Caso denunció el carácter anticonstitucional de las resoluciones y amenazó renunciar a su cátedra si el Consejo Universitario aceptaba esas propuestas; cuando el congreso calusuró sus sesiones, los estudiantes católicos, opuestos a las tesis aprobadas, acaudillados por Manuel Gómez Morín y Rodolfo Brito Foucher tomaron con violencia el edificio de rectoría y expulsaron de la universidad a Lombardo Toledano y a otros profesores.

II

Clausurado el congreso de universitarios, la discusión sobre la orientación de la Universidad generó una intensa controversia que planteó la relación entre el Estado y la universidad. La enseñanza pública y la vida de la universidad fueron motivo de una violenta agitación política. La discusión se hizo entonces más intransigente y amarga.

En sus artículos en la prensa, Caso criticó el éxtasis religioso de los congresistas. Rechazó con violencia los argumentos de los que pretendían dotar a la escuela preparatoria de una doctrina oficial, reforma que sólo servía para satisfacer las ambiciones de los políticos. La ética de Marx constituye, señaló, "ese anhelo judío primordial de dar la mano a todo lo bajo, a todo lo caído, a cuanto sea mezquino y numeroso...", anhelo de una raza que persigue el ascenso, "a costa de los superiores", de las masas desprovistas de conciencia y dignidad. Para el profesor de filosofía, el socialismo tiene un carácter mesiánico. El nuevo Israel es el proletariado y todos los atributos del pueblo elegido de Dios le pertenecen; el marxismo es mesianismo de clase y "misticismo contemporáneo de la tecnocracia".

Caso piensa que el socialismo cuando es válido se combina con un enérgico nacionalismo; por ello la revolución de México, que tiene un perfil original, "debe desembocar en un gobierno enérgico, de amplio sentido social. Esto es lo que ha realizado en Italia Mussolini; lo que hoy pretende lograr Hitler en Alemania." Supone que estos mismos objetivos presiden la actividad de Roosevelt en los Estados Unidos y propone que "el oriente de la universidad sea el nacionalismo social mexicano". Pudo haber dicho también el nacional-socialismo. En este punto del debate, se muestra partidario de la exaltación del principio de las nacionalidades.

Paulatinamente, el centro del debate se desplazó al problema de la política. Caso descubre en la ideas de Toledano el empeño de que la universidad se subordine a la voluntad del gobierno y condena esa intención. Son dos los caminos del Estado ante la universidad: o acepta la libertad plena, o impone su voluntad a la universidad. Alternativas que exigen una clara definición del gobierno y no admiten el menor disimulo: Caso es partidario de la plena libertad, "porque la cultura se forja en las cátedras, pero no se define en las leyes como artículo de fe". Es entonces el problema de la autonomía el que tendrá que dilucidarse. Quería una universidad emancipada del Estado, es decir, autónoma; rechaza la política que vulnera estos derechos universitarios con intromisiones humillantes o con la exigencia de "adhesiones incondicionales". Exigió que la libertad de cátedra se inscribiera entre los derechos políticos de la Constitución.

Que la universidad obre para el bien público significa que cumpla sus propios fines, sus objetivos aristocráticos; seleccionar capacidades superiores a las que no les están vedadas los secretos de la ciencia. Fines aristocráticos que tienen una base democrática; "todos los mexicanos están llamados a participar en los galardones universitarios". Caso sostuvo que la universidad cumple con sus fines revolucionarios elaborando ciencia, porque "la ciencia es revolucionaria por su esencia, no la lucha de clases". (4)

Los fines de la universidad, para Lombardo Toledano se cumplen sirviendo a los hombres "haciendo que éstos sirvan, a su vez, a su época." Reformar la universidad y la cultura es también acelerar el cambio de régimen histórico y hacerlas vanguardia del progreso; la enseñanza no sólo debe formar profesionales, forma hombres. Sólo puede investigar "el que ya sabe"; la preparatoria entonces sólo aspira a ampliar el conocimiento, a trasmitirlo.

La libertad de cátedra es en realidad un obstáculo para la trasmisión del conocimiento porque permite ignorar los adelantos científicos, porque sirve para disfrazar de ciencia los prejuicios del pueblo e insistir en la excelencia de las instituciones del pasado. La libertad de cátedra le presenta al estudiante un mundo proteico en el que nadie tiene razón. El profesionista que se forma es un simulador por "no saber la verdad", por carecer de convicciones ante la tragedia de la existencia; sólo le preocupará el éxito personal y hacer fortuna. La libertad de cátedra deja un saldo amargo de hombres que no contribuyen a crear un mundo mejor.

Si bien es cierto que la universidad enseña e investiga, Toledano sostiene que enseña lo que se tiene como cierto e investiga para "corregir y ampliar las verdades que se creen firmes". Lombardo Toledano pregona la necesidad de una teoría única que presida los estudios parciales y evite la desorientación. A las iglesias deja la tarea de trabajar para la otra vida, para esta vida trabaja la universidad que transforma el presente. La libertad de cátedra se reduce a un derecho individual del siglo XVIII, una abstracción romántica; derecho teórico que la vida misma corrige y hace más modesto y más útil. La sociedad, la comunidad, limitan la libertad individual, le exigen que se subordine al interés del grupo y le fija obligaciones. El profesor universitario tiene la obligación de educar, de orientar al alumno como "hombre en formación" y ese oficio le impone trasmitir los conocimientos que la ciencia estima verdaderos y valorizarlos de acuerdo con el juicio de la comunidad a la que pertenece. De no proceder así, la vida "ha de rectificar a la Universidad". La libertad de cátedra no es libertad de enseñar falsas ideas, porque la opinión del profesor no puede ser contraria a "los principios científicos confirmados por la experiencia".

En el mundo contemporáneo, según observa Toledano, la necesidad de someter al individuo a un ideal colectivo preciso transforma las escuelas en instrumento de la teoría social que se cree buena. En este sentido señaló: "el estado vuelve a presidir las corrientes del pensamiento social; escuelas fachistas y escuelas socialistas sirven a ese propósito ...(subrayado mío)". (5)

III

La organización socialista de la educación nacional contenida en el Plan Sexenal y el triunfo de la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas en 1933, agudizaron el conflicto en torno a la universidad. Las autoridades eclesiásticas condenaron las intenciones del gobierno y amenazaron con la excomunión de los católicos que apoyaran la reforma. A estas protestas respondieron las organizaciones políticas con manifestaciones públicas que involucraron a obreros, maestros y campesinos. Los enfrentamientos entre partidarios y opositores de la reforma alcanzaron su mayor magnitud en agosto y septiembre de 1934. La transformación de la educación pretendía modernizarla, vinculándola a los programas de desarrollo rural y urbano y convertirla en aliada de las comunidades rurales y los sindicatos. Intentaba también sujetar las escuelas particulares a los programas de gobierno.

En los meses previos a la llamada reforma socialista del artículo tercero de la Constitución, se desató una campaña de prensa en contra de la reforma en la educación universitaria. Numerosos intelectuales se pronunciaron claramente contra la orientación socialista en la Universidad. El gobierno respetó la autonomía de los universitarios, es decir, no impuso su teoría social. Sin embargo, condenó a la universidad al cumplimiento de sus fines en la penuria económica.

En sus ensayos sobre la universidad, publicados durante 1933 y 1934, Jorge Cuesta hizo una severa crítica de la actitud del gobierno ante la universidad. Reprocha a la Secretaría de Educación Pública concebir la educación como "un puro servicio a la producción". Justificar la necesidad de la ciencia, como pensaba Lombardo Toledano, porque produce "bienes útiles" para la sociedad, representa para Cuesta la negación de la ciencia y de la universidad. Negación de la ciencia porque la química, la biología y la psicología no tienen ninguna aplicación verdadera en las 'estaciones de ferrocarriles, en las fábricas manufactureras, en las fundiciones, etcétera,'. Negación de la universidad porque su función es la enseñanza de la ciencia o de la verdad de las cosas, es decir, de un objeto teórico o filosófico mientras que el objeto de la técnica es empírico y popular. Al producto técnico se llega por medios empíricos y numerosos descubrimientos se deben a los obreros; con Henri Bergson afirma que la invención de la máquina de vapor no surge de consideraciones teóricas.

Con la autoridad del técnico, Cuesta sostiene que la técnica industrial no comparte la voluntad de precisión y la necesidad de verdad de la leyes científicas. Someter la enseñanza a las necesidades de la producción y de la economía es también expulsar de la universidad la ciencia, situación ruinosa para el pensamiento universitario. El espíritu científico es precisamente el que desconfía de los datos sensibles y se da como objeto "una satisfacción" última y no una inmediata como la de producir bienes útiles. El saber y la enseñanza nunca "se declararán satisfechos".

Si el universo que investiga la ciencia le es conocido, la ciencia es ociosa y su objeto de estudio se hace falso, la ciencia deviene ficticia. El universo infinito de la ciencia, Cuesta lo expresa con las palabras de Paul Valery; 'desde lo que se concibe hasta lo que ya no se concibe más.'

En esta argumentación, la técnica y la ciencia tienen valores específicos distintos en la enseñanza universitaria. Si bien ambas se fundan en la experiencia, la función esencial de la universidad es la elaboración del conocimiento y "no la elaboración de la experiencia...". Toma de la fenomenología de Husserl la demostración de los fundamentos lógicos de la ciencia, independientes de toda experiencia particular. Los principios normativos de la universidad se derivan de su función más alta; elaborar conocimiento como "experiencia ilimitada". De esa naturaleza de la ciencia, Cuesta deriva el carácter laico y radical del organismo universitario, indiferente por igual al sentimiento religioso que al económico. Siguiendo a Vilfredo Pareto establece que la economía, cuando adquiere un carácter científico quiere 'saber, conocer y nada más, sin tener presente ninguna utilidad práctica directa'.

A la tesis de Lombardo Toledano, de vincular la universidad a los centros de producción, Cuesta opone la idea de que las ciencias tienen su justificación en ellas mismas: este principio normativo de las ciencias es también el principio normativo de la universidad; la normatividad que rige a las ciencias y la que rige a la universidad se vinculan en una historia común que fundamenta la autonomía universitaria. En sus ensayos sobre la universidad, Jorge Cuesta se opone al sometimiento del pensamiento universitario a la teoría social del gobierno o a la doctrina religiosa; la autonomía universitaria se convierte en un valor suversivo.

El interés del Estado en la universidad, siempre siguiendo a Cuesta, es poblar de jóvenes ambiciosos e incultos, "en la estricta ambición de la palabra", a las empresas y a los corredores burocráticos que conducen, por ejemplo, al puesto de Secretario de Educación; en esas condiciones, la universidad se corrompe y produce universitarios que "sólo están dispuestos a traicionarla y a impedir a la nación que posea la cultura a que aspira sin esperanza."

La universidad existe dentro del Estado, es una universidad Nacional, pero la autonomía tiene un significado colectivista y social; es un organismo simultáneamente estatal y social, pues -argumenta el ensayista- autonomía universitaria no significa sino personalidad colectiva dentro del Estado. Critica que el subsidio a la universidad sea considerado como el subsidio que se otorga a una empresa privada sin considerar el servicio que presta a la sociedad al satisfacer su apetito de cultura. Al considerar la enseñanza universitaria como un servicio que se otorga a particulares, el Estado encuentra la vía para rechazar su obligación de proveerla de los recursos para su progreso. Cuando en la universidad triunfa la política oficial, la ley y la tradición que constituyen la autonomía universitaria quedan sin sentido y sin realidad; la autonomía pierde su autoridad, se vuelve ilícita.

Para Cuesta la autonomía es el orden político de la universidad; su autoridad política es desconocida por el Estado cuando ignora el legítimo derecho de la universidad "a subvenir a sus necesidades, sin restricción alguna, con el tesoro nacional". (6)

IV

La crisis universitaria reciente muestra la supervivencia de viejos dogmas que afectaron a la universidad de los años del cardenismo. El liberalismo modernizante de nuestros días genera su propia "teoría social" y la impone a la universidad.

Los fines gubernamentales de progreso económico, de la competencia comercial, del desarrollo de un modelo social, es decir, los fines de la política se confunden con los fines de la universidad: día a día se despoja a la universidad de su

capacidad para decidir de manera autónoma las políticas más sanas para su desarrollo académico, para procurarse las mejores condiciones para la producción de conocimiento y elevar la calidad de su enseñanza, sin subordinar ese desarrollo a las necesidades de la política.

La autonomía de la universidad es negada por el otorgamiento selectivo e insuficiente del presupuesto estatal. Se transgrede la autonomía científica de la universidad cuando la Secretaría de Educación Pública, desborda su responsabilidad técnica y jurídica para juzgar lo que es pertinente para la universidad, lo bien hecho, "lo demostrado como bueno y lo que es bueno potencialmente". (7) Por medio de diversas agencias estatales vinculadas con la educación superior, ese juicio externo, determina el rumbo de la universidad burlando su autonomía.

El gobierno transfiere sus obligaciones a los profesores que subsidian a la universidad con una parte de sus salarios. La penuria económica de la universidad reproduce el antiguo desprecio del gobierno por la enseñanza universitaria. Como en el pasado, existen funcionarios de la Secretaría de Educación Pública que no distinguen la función de la universidad de la función del gobierno y reconocen que "trabajar en el gobierno, es como trabajar en la universidad." (8)

Si atendemos a este escenario se verá que la relación entre la universidad y el gobierno se ve afectada por la incomprensión de los fines de la universidad, como han sido definidos por su tradición histórica y por sus normas legales. La negación actual de la autonomía universitaria no ha garantizado la calidad de las universidades públicas, por el contrario, las ha empobrecido y desnaturalizado.

Cuando los universitarios exigen restituírle a la universidad su soberanía académica, no intentan eludir el compromiso que los obliga ante la sociedad y el Estado a darle a sus actividades la más alta calidad académica. La modernidad que hace proliferar el darwinismo cultural se opone a la necesidad de la universidad de elevar sus capacidades como un todo para constituír esa heterogénea comunidad de enseñanza e investigación que defendió Antonio Caso.

1.-"Conclusiones aprobadas por el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos sobre el tema: La posición ideológica de la universidad.", Rumbo de la Universidad, Testimonio de la polémica Antonio Caso-Lombardo Toledano, Colección metropolitana, s.f., pp. 11-12.

2.-"Opinión del maestro Antonio Caso sobre la orientación ideológica de la universidad" e "intervenciones en contra de las conclusiones formuladas por el congreso de universitarios", Op. cit., pp. 19-35.

3.-"Intervenciones del Doctor Lombardo Toledano en defensa de las conclusiones formuladas por el congreso de universitarios", Op. cit., pp. 39-61.

4.-"La polémica sobre la orientación ideológica de la universidad de México (debate en los periódicos)", artículos de Antonio Caso, Op. cit., pp. 65-96.

5.-"Dos artículos de Vicente Lombardo Toledano", Op. cit., pp. 99-128.

6.-Jorge Cuesta, Ensayos Políticos, México, UNAM, 1990, pp. 253-301.

7.-Antonio Gago Huguet, La Jornada, 12 de marzo de 1992, p.15.

8.-Gilberto Guevara Niebla, declaraciones a Proceso, num. 825, 24 de agosto de 1992, p. 23.
 


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