Cultura de la obediencia
Dr. Gabriel Weisz
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A finales de milenio acontecimientos tan monstruosos como la limpieza étnica, violaciones a los derechos humanos y bombardeos contra la población civil definen un panorama del autoritarismo de Estado. Desgraciadamente sufrimos en la actualidad una extensión de los autoritarismos, pues también se conocen en las universidades, aunque, cierto es, que adoptan otras formas. Con la costumbre de imponer programas, sin la intervención de una amplia consulta de la comunidad, se perfilan prácticas despóticas en la universidad.

La insularidad imperativa toma los medios de comunicación para deformar los eventos que ahora privan en la ciudad universitaria, hay un cuerpo monolítico que reúne a medios e instituciones en una sola lógica represiva que no sabe escuchar porque está demasiado ocupada en prescribir. Se olvida en el proceso que fueron actos unilaterales los que desencadenan las condiciones que hoy vivimos. Es claro que las políticas económicas de la cúspide bancaria mundial y las ideologías del Estado rigen sobre la aplicación de recortes cada vez más severos contra la universidad. En tal forma se afectan los proyectos humanísticos y científicos que le dan sentido al trabajo académico y a la investigación. Esta política no se detiene allí porque también promueve un proceso 'eficiente' que hace equivaler el pensamiento con la mercadotecnia; que obliga al cuerpo docente a incorporarse a una burocracia académica en la que todos están sometidos al sistema de puntos. Prevalece un ambiente de desconfianza contra cada uno de los maestros y maestras, ya que no importa lo que hagan será necesario comprobar lo que hicieron con eternos reportes, y pruebas de lo que realizaron, ya sea para la facultad o para el SNI. De esta manera todo el cuerpo docente se ve obligado a aceptar un tratamiento patriarcal; donde no es posible que la administración preste credibilidad a las actividades que adultos responsables de sus actos y de su profesión sostienen sin necesidad de presentar pruebas. Esto naturalmente obedece a una estrategia de despolitización donde lo más importante es montar una estructura de la obediencia. La maquinaria burocrática funciona sin que medie reflexión alguna sobre los instrumentos de evaluación. Pero aquí no se trata exclusivamente de la construcción de dispositivos conceptuales para evaluar procesos académicos, lo más grave es que se propician instancias policíacas en las que cada maestro se convierte en el enemigo de sus colegas. Vigilo a mis colegas para que cumplan con requisitos académicos y administrativos que no se han discutido a profundidad. El autoritarismo siempre apuesta a la superficialidad de sus instrumentos. Se forma parte de grupos que deciden el destino económico de sus colegas sin cuestionar la legitimidad de esas disposiciones. De aquí nace la figura del inspector académico que anhela demostrar la superioridad que le brinda una jerarquía. Es el inspector que protege los recursos económicos de sus patrones. Las actividades que mejor se califican son parte de un sistema burocrático y no la calidad académica. Al interior de los colegios se instala la máquina de poder. Pero si la máquina de poder ha comprobado su eficacia punitiva, ya que el sector académico sufre de varias fracturas en el terreno de sus derechos, esta tendencia está por detenerse.

No me he salido del tema que nos ocupa, porque todavía hablo de estructuras piramidales e insularidad autoritaria en cada actividad que caracteriza a la comunidad. Es patente que la burocracia universitaria alimenta procesos anquilosados en sus estructuras de poder. No acepta la diversidad de opiniones en su propia constitución y de esta manera es que los individuos que conforman el gobierno universitario acostumbran imponer disposiciones verticales. Toda acción que busca cambios es inmediatamente satanizada, no importa de qué tipo de protesta se trate siempre queda descalificada. Son fuerzas externas a la universidad las que operan; son fuerzas oscuras las que trabajan contra la universidad; no son los verdaderos estudiantes los que tienen secuestrada a la universidad, dicen los medios, buscando al culpable oculto. Todas estas afirmaciones sólo generan un discurso orientado hacia una política de la desconfianza para ejercer el control, evitar los cambios y silenciar a la comunidad. El problema es que estas afirmaciones se colocan al lado de una supuesta intención para dialogar. Se olvida que el diálogo, como lo dijo Bajtín, se orienta al otro, a un entendimiento fincado en la correspondencia. Espero que los protagonistas del actual conflicto recuerden estas características del diálogo para iniciar sus negociaciones. Sin embargo, un clima dialógico de interlocución, no se plantea para resolver o no la crisis actual. Los asuntos de interlocución tienen el propósito de buscar un terreno donde pueda darse un intercambio. Por otro lado la interlocución busca nuevos escenarios para explorar ideas acerca de una universidad que debe cambiar para entrar al nuevo milenio.

Es indispensable que el conocimiento salga de sus actuales cárceles insulares. Es necesaria la creación de herramientas conceptuales que trabajen sobre las relaciones de poder. De esta manera nos interesa abordar las voces que se oponen al conocimiento monolítico y aquellas opiniones que logren desestabilizar las tradiciones, los hábitos ciegos y las actitudes obedientes respecto al mundo del conocimiento. Se habla de un conocimiento que ha de acompañarse con un manual de la desobediencia. Donde se suscriba un deseo de resistir y cuestionar el saber canónico. Estamos en el terreno de una crítica a las ideas; y sobretodo aquellas que se emplean como máximas para ejercer el dominio. En este espacio examinamos discursos del pensamiento que se transforman en productos de un mercado del saber. Un producto que se acopla a la falta de diferencias y que se define por su conformismo. De tal manera es que se somete al conocimiento a una fuerza indiferenciada e indiferente. El producto del saber entra a formar parte de las costumbres y las tradiciones como una estrategia de gobierno. Este objeto de las ideas está desprovisto de un sentido crítico, forma sin forma, es un conocimiento que ya no tiene consecuencias. Esto se debe a que ha sido transformado en un objeto para la especulación del mercado. No está ligado a ningún valor más que al valor mercantil. Hay un lado autoritario del pensamiento que se ubica en una altura celeste e inalcanzable. Se busca intimidar a todo aquel que cuestiona su soberanía. El lugar que ocupa esta sabiduría es entre los bienes que conserva la civilización. Aquí es donde se generan fanatismos intelectuales, completamente ciegos a la imaginación y creatividad. Aquí no se toleran las rupturas que puedan sacar al pensamiento de su cotidiano. Se aplacan las inconformidades para imponer un clima de indiferencia en un mundo seguro donde reina la sabiduría como producto; nadie puede perturbarla con el discurso de las contradicciones. Todo esto produce una inteligencia artificial que se presta a un sentido pragmático de valor.

Si nos hemos detenido en esta descripción de la intelectualidad institucionalizada es para resistirla. Es aquí donde resulta necesario sondear aquellos grupos en el poder que se unifican en una cierta ideología insular; para reproducir sus herramientas de sometimiento. ¿Cómo hemos de reconocer estas ideologías insulares? No hay fórmulas precisas pero una de sus formas de manifestación está en ese anhelo por normalizar o domesticar aquello que existe por sus características irreductibles.

Es muy importante que cada miembro de la comunidad pueda intercambiar opiniones sobre todas estas políticas del conocimiento. Las maneras en que se viene constituyendo una identidad del conocimiento que debe ser discutida y no aceptada como si estuviera desprovista de problemas. En los foros de discusión pueden circular los tipos de elecciones que hacemos en el medio académico y las formas de conocimiento que no están desvinculadas de un sistema central en el ejercicio del poder. Es al nivel de nuestras experiencias y las formas en que podemos compararlas que una comunidad puede organizar focos de resistencia. Este proceso de intercambio se deja calificar como espacio de interlocución.

Presenciamos una educación que quiere transformarse en una mercancía cuyo valor radica en la superficie y no en la densidad de un objeto que puede llegar a conocerse. Como mercancía la educación es transcriptible en un objeto que se presta al libre juego de la globalización. Es una educación de trueque que va perdiendo las características que la hacen diferente. De tal manera es la educación que se convierte en circulación pura. Es un proyecto de educación que se asimila a los medios de comunicación, perfectamente soluble a los intereses de la educación sin perfil. Funciona exterminando sistemáticamente los lugares de diferencia. De lo anterior tenemos un ejemplo muy elocuente en la "Propuesta para reformar los estudios de licenciatura en la UNAM".

Solamente cuando nuestras experiencias resultan silenciadas es que entra a funcionar un dispositivo que nos despoja de nuestra realidad política. Hay que estimular nuevas consideraciones, modificaciones y resistencias en contra de los determinismos del conocimiento. Evitemos nuevas ortodoxias manteniendo abierta la posibilidad de una autocrítica permanente. No hay que alimentar terrorismos intelectuales que se basan en la aniquilación de opiniones alternativas.

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